LA MAMPARITIS SEGÚN ‘BATRACIUS’
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Tomamos
unos párrafos de CARGA
PELIGROSA. La sorprendente aventura del vapor “Idahoe” en la Guerra Civil
Norteamericana.
Por
el Capitán de Fragata don Luis Jar Torre (RNA). Publicado en la Revista General
de Marina, en abril de 2009
PROTESTA
DE AVERÍAS
Según
mi experiencia, un fondeo prolongado sin posibilidad de salir a tierra
solivianta a los ocupantes de un buque más que una larga travesía; en el caso
del “Idahoe”, la “peña” ya estaba soliviantada de antemano y carecía de
experiencia de embarque, por lo que un fondeo indefinido garantizaba una
mamparitis de libro.
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Tomamos
unos párrafos de UN
NEGRO ASUNTO. ‘Torrey Canyon’
Por
el Capitán de Corbeta don Luis Jar Torre. Publicado en la Revista General de
Marina en Mayo de 1999.
UN
NEGRO PANORAMA
Existe
una palabra del léxico marinero cuyo significado todos creemos conocer, pero
que jamás he conseguido encontrar en ningún diccionario, ni siquiera en los
especializados.
Si alguien cree tener un diccionario mejor que
los míos, le agradecería que buscara la descripción de “mamparitis”.
Así
pues, casi todos los marinos nos hemos visto afectados en algún momento por
una, digamos, afección profesional, que no puede diagnosticarse ni tratarse
porque sobre el papel no existe.
Como
ocurre con el mareo, hay una minoría inmune, otra minoría que jamás logra
adaptarse y, finalmente, una masa anónima de simples mortales que, tras llegar
a un acuerdo razonable con ambas pestes, sufrimos puntuales “indigestiones” y
“manías”.
Antes
de ingresar en la Armada, la codicia dio con mis huesos en una ruta que, a
escala mundial, estaba considerada como “la madre
de todas las mamparitis”.
Raro
era el viaje sin alguna víctima más o menos evidente, pero otras “procesiones”
debían ir por dentro.
A
falta de opinión más autorizada, me atrevería a decir que un psiquiatra que
apareciera a bordo por arte de magia (no aceptaría ir de otra forma),
diagnosticaría “trastorno de la personalidad”
en las mamparitis “graciosas”, y alguna variedad de “estado
depresivo” en otros casos que no tenían maldita la gracia.
No
soy médico y conozco el refrán “zapatero a tus zapatos”, pero cuando he
necesitado un “zapatero”, con suerte, he recibido instrucciones por radio de
cómo coser una suela, porque, en los buques mercantes, los médicos abundan
tanto como los espectáculos de variedades.
Aunque
en la Armada también se habla de mamparitis, generalmente se hace en tono chistoso, en
diecisiete años apenas he visto un caso de los “malos”.
Y
es lógico, porque, contrariamente a lo que a veces se escucha, en las marinas
militares navegamos en condiciones mucho más humanas.
Para
empezar los buques suelen tener un puerto-base y, además, casi cualquier
problema personal o familiar originado por un largo embarque tiene solución a
medio plazo con un nuevo destino, muy posiblemente en tierra.
Un
marino mercante con problemas similares, sólo tiene por la proa interminables
decenios de embarque e incomprensión, a la espera de que la jubilación lo
devuelva a un hogar donde, a veces, ya es un extraño.
Por
eso digo y afirmo que, en la Armada, conocemos la “mamparitis”
con minúscula, no la “Mamparitis” con
mayúscula.
La
Edad de Oro de la “Mamparitis” con mayúscula
comenzó a raíz del cierre del Canal de Suez en 1967, al generalizarse el
transporte de crudo procedente del Medio Oriente en petroleros de gran tamaño.
Cuando,
en 1975, me estrené como 3er. Oficial en dicha ruta, salíamos de España hacia
el Golfo Pérsico vía Sudáfrica en un viaje redondo de 62 días sin otra escala
que las 20 horas de carga en una boya, lejos de tierra.
A
la llegada a España, tras una descarga de 30 horas (en otra boya) con salida a
tierra para cortarse el pelo, comenzaba otro viaje.
Como
yo tenía la suerte de navegar en una compañía dirigida por seres humanos, cada
tres viajes (seis meses) me iba uno de vacaciones, y vuelta a empezar.
Pero
el convenio hablaba de ocho meses y (creo recordar) la ley hablaba de once a
bordo.
En
los buques de carga seca se decía (sólo medio en broma) que dos campañas eran
el límite sin lesiones cerebrales permanentes.
Como
en mi Escalafón hay compañeros que me conocen de aquella época, me apresuro a
confesar que, efectivamente, hice más de dos campañas (en realidad muy poquito
más ¿vale?).
A
partir del cuarto mes, en cuanto bajabas la guardia, acechaba la mamparitis con una sintomatología que podía
incluir irritabilidad, sublimación de lo intrascendente, un amplio catálogo de
filias y fobias o una imaginativa variedad de supuestas enfermedades.
Sin ir más lejos, yo padecí una gravísima que
se curó por sí misma, pero no antes de que sus síntomas (¿o sería mi inglés?)
dejaran perplejo a un desdichado médico iraní.
Cuando
la víctima era el Capitán la cosa podía ser más seria y degenerar, según qué
Capitán, en prolijas Normas de Régimen Interior sobre asuntos claramente
risibles (leve), un “Oficial de Moda” muy odiado durante cierto
período de tiempo (más grave) o un período de “navegación creativa” (raro, pero muy
alarmante).
En
todo caso, no era infrecuente que las relaciones entre el Capitán y algún
Oficial se deterioraran de manera permanente por asuntos que, en otro entorno,
serían cómicos.
Sirva
de ejemplo mi primer enrole como 2º Oficial, episodio final de una reacción en
cadena iniciada cuando el Oficial de Guardia despertó de madrugada a un Capitán
cuyo insomnio e irritabilidad eran proverbiales para quejarse de que otro
Oficial le embromaba por teléfono.
Aunque
solía cumplirse que a más edad más rarezas, siempre me sorprendió que algunas
de las víctimas más ostensibles de este tipo de vida fueran Capitanes,
albergando sentimientos poco caritativos cuando me alcanzaba alguna racha
improcedente.
Con
los años, he comprendido que “el viejo” estaba solo entre los solos y resultaba
más vulnerable que los demás.
Desde
aquí les pido perdón, dondequiera que naveguen ahora, que algunos ya han
comparecido ante un Tribunal más benévolo.
Dicen
que cada barco es un mundo, pero así recuerdo la ruta del Pérsico, justamente
la que hacía el “Torrey Canyon”.
Y,
en este punto, hay que decir que el “viejo” del “Torrey Canyon” llevaba a bordo
exactamente doce meses y un día, sufría de insomnio, espasmos nerviosos y, cito
textualmente, “... su condición tuberculosa se dejó
ver inmediatamente después del accidente”.
Además,
casualmente, se llevaba a matar con el 1er. Oficial que, coincidencias de la
vida, llevaba a bordo un período de tiempo similar.
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En
la
Revista de Sanidad Militar de enero-marzo de 2024 hemos leído:
“Centrándonos en la Armada y analizando los riesgos psicosociales
que dicho personal padece, es imposible no hacer referencia al término
coloquial de «mamparitis»,
el cual volvió a estar en auge por el confinamiento durante la pandemia por covid-19.
Tradicionalmente, dicho vocablo hace referencia a los síntomas que el personal
embarcado puede padecer durante navegaciones largas. En concreto, este concepto
recoge el estado de ánimo que surge como resultado de tener que trabajar, vivir
y convivir en un espacio muy reducido durante un tiempo prolongado. Además,
puede verse empeorado por la presencia de riesgos sociales que pueden darse en
los buques de la Armada, como el confinamiento y aislamiento no voluntario, la
rutina excesiva, la duración de la navegación, los problemas familiares, las
averías a bordo y/o la convivencia intensa.”
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En
el ensayo Aspectos
psicológicos del personal embarcado en un buque de guerra, por el Capitán
psicólogo Jaime Mas Esquerdo, publicado en 2012 , hemos leído:
“EL
SÍNDROME DE LA «MAMPARITIS»
Todo
marino que se precie no puede dejar de conocer este síndrome, aunque no sea
capaz de explicarlo. No es de extrañar puesto que no parece existir ningún
estudio serio fundado en este nombre. Parece que conocemos más de él por
haberlo sufrido que por haberlo estudiado. Sin embargo, siguiendo la espléndida
tesis de Rodríguez-Martos, intentaremos dar una definición: Especie de síndrome
del navegante, no definido muy bien por los científicos, que consistente en una
reacción desadaptativa que surge en el individuo que permanece embarcado
durante muchos días entre mamparos, de ahí su nombre (Rodríguez-Martos, 2006).
Mamparo es el nombre que reciben los tabiques internos de separación de las
cá-maras y camarotes de un buque. Según este autor se corresponde con el
término inglés tankeritis, síndrome que se da especialmente en los
petroleros (tankers) que hacen travesías muy largas en condiciones de
aislamiento. Se caracteriza por un estado de nerviosismo e irritabilidad que va
en aumento y que suele ir acompañado de conductas extrañas de deambulación,
hablar solo, risas inmotivadas y, en ocasiones, explosiones de agresividad ante
estímulos o frustraciones nimias. Aunque se han descrito casos de
comportamientos peligrosos, en general, este estado no requiere tratamiento ni
impide la actividad normal del individuo, desapareciendo instantáneamente al
llegar a puerto.”
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