https://historiasdelamarporluisjartorre.blogspot.com/

“Alguien debería convencer a Luis Jar para publicar sus crónicas en un libro. La cultura marítima, la cultura española en general, necesitan de los brillantes trabajos de Luis Jar Torre.”

La 'mamparitis' según 'Batracius'

 LA MAMPARITIS SEGÚN ‘BATRACIUS’

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Tomamos unos párrafos de CARGA PELIGROSA. La sorprendente aventura del vapor “Idahoe” en la Guerra Civil Norteamericana.

Por el Capitán de Fragata don Luis Jar Torre (RNA). Publicado en la Revista General de Marina, en abril de 2009

PROTESTA DE AVERÍAS

Según mi experiencia, un fondeo prolongado sin posibilidad de salir a tierra solivianta a los ocupantes de un buque más que una larga travesía; en el caso del “Idahoe”, la “peña” ya estaba soliviantada de antemano y carecía de experiencia de embarque, por lo que un fondeo indefinido garantizaba una mamparitis de libro.

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Tomamos unos párrafos de UN NEGRO ASUNTO. ‘Torrey Canyon’

Por el Capitán de Corbeta don Luis Jar Torre. Publicado en la Revista General de Marina en Mayo de 1999.

UN NEGRO PANORAMA

Existe una palabra del léxico marinero cuyo significado todos creemos conocer, pero que jamás he conseguido encontrar en ningún diccionario, ni siquiera en los especializados.

 Si alguien cree tener un diccionario mejor que los míos, le agradecería que buscara la descripción de “mamparitis”.

Así pues, casi todos los marinos nos hemos visto afectados en algún momento por una, digamos, afección profesional, que no puede diagnosticarse ni tratarse porque sobre el papel no existe.

Como ocurre con el mareo, hay una minoría inmune, otra minoría que jamás logra adaptarse y, finalmente, una masa anónima de simples mortales que, tras llegar a un acuerdo razonable con ambas pestes, sufrimos puntuales “indigestiones” y “manías”.

Antes de ingresar en la Armada, la codicia dio con mis huesos en una ruta que, a escala mundial, estaba considerada como “la madre de todas las mamparitis”.

Raro era el viaje sin alguna víctima más o menos evidente, pero otras “procesiones” debían ir por dentro.

A falta de opinión más autorizada, me atrevería a decir que un psiquiatra que apareciera a bordo por arte de magia (no aceptaría ir de otra forma), diagnosticaría “trastorno de la personalidad” en las mamparitis “graciosas”, y alguna variedad de “estado depresivo” en otros casos que no tenían maldita la gracia.

No soy médico y conozco el refrán “zapatero a tus zapatos”, pero cuando he necesitado un “zapatero”, con suerte, he recibido instrucciones por radio de cómo coser una suela, porque, en los buques mercantes, los médicos abundan tanto como los espectáculos de variedades.

Aunque en la Armada también se habla de mamparitis, generalmente se hace en tono chistoso, en diecisiete años apenas he visto un caso de los “malos”.

Y es lógico, porque, contrariamente a lo que a veces se escucha, en las marinas militares navegamos en condiciones mucho más humanas.

Para empezar los buques suelen tener un puerto-base y, además, casi cualquier problema personal o familiar originado por un largo embarque tiene solución a medio plazo con un nuevo destino, muy posiblemente en tierra.

Un marino mercante con problemas similares, sólo tiene por la proa interminables decenios de embarque e incomprensión, a la espera de que la jubilación lo devuelva a un hogar donde, a veces, ya es un extraño.

Por eso digo y afirmo que, en la Armada, conocemos la “mamparitis” con minúscula, no la “Mamparitis” con mayúscula.

La Edad de Oro de la “Mamparitis” con mayúscula comenzó a raíz del cierre del Canal de Suez en 1967, al generalizarse el transporte de crudo procedente del Medio Oriente en petroleros de gran tamaño.

Cuando, en 1975, me estrené como 3er. Oficial en dicha ruta, salíamos de España hacia el Golfo Pérsico vía Sudáfrica en un viaje redondo de 62 días sin otra escala que las 20 horas de carga en una boya, lejos de tierra.

A la llegada a España, tras una descarga de 30 horas (en otra boya) con salida a tierra para cortarse el pelo, comenzaba otro viaje.

Como yo tenía la suerte de navegar en una compañía dirigida por seres humanos, cada tres viajes (seis meses) me iba uno de vacaciones, y vuelta a empezar.

Pero el convenio hablaba de ocho meses y (creo recordar) la ley hablaba de once a bordo.

En los buques de carga seca se decía (sólo medio en broma) que dos campañas eran el límite sin lesiones cerebrales permanentes.

Como en mi Escalafón hay compañeros que me conocen de aquella época, me apresuro a confesar que, efectivamente, hice más de dos campañas (en realidad muy poquito más ¿vale?).

A partir del cuarto mes, en cuanto bajabas la guardia, acechaba la mamparitis con una sintomatología que podía incluir irritabilidad, sublimación de lo intrascendente, un amplio catálogo de filias y fobias o una imaginativa variedad de supuestas enfermedades.

 Sin ir más lejos, yo padecí una gravísima que se curó por sí misma, pero no antes de que sus síntomas (¿o sería mi inglés?) dejaran perplejo a un desdichado médico iraní.

Cuando la víctima era el Capitán la cosa podía ser más seria y degenerar, según qué Capitán, en prolijas Normas de Régimen Interior sobre asuntos claramente risibles (leve), un “Oficial de Moda” muy odiado durante cierto período de tiempo (más grave) o un período de “navegación creativa” (raro, pero muy alarmante).

En todo caso, no era infrecuente que las relaciones entre el Capitán y algún Oficial se deterioraran de manera permanente por asuntos que, en otro entorno, serían cómicos.

Sirva de ejemplo mi primer enrole como 2º Oficial, episodio final de una reacción en cadena iniciada cuando el Oficial de Guardia despertó de madrugada a un Capitán cuyo insomnio e irritabilidad eran proverbiales para quejarse de que otro Oficial le embromaba por teléfono.

Aunque solía cumplirse que a más edad más rarezas, siempre me sorprendió que algunas de las víctimas más ostensibles de este tipo de vida fueran Capitanes, albergando sentimientos poco caritativos cuando me alcanzaba alguna racha improcedente.

Con los años, he comprendido que “el viejo” estaba solo entre los solos y resultaba más vulnerable que los demás.

Desde aquí les pido perdón, dondequiera que naveguen ahora, que algunos ya han comparecido ante un Tribunal más benévolo.

Dicen que cada barco es un mundo, pero así recuerdo la ruta del Pérsico, justamente la que hacía el “Torrey Canyon”.

Y, en este punto, hay que decir que el “viejo” del “Torrey Canyon” llevaba a bordo exactamente doce meses y un día, sufría de insomnio, espasmos nerviosos y, cito textualmente, “... su condición tuberculosa se dejó ver inmediatamente después del accidente”.

Además, casualmente, se llevaba a matar con el 1er. Oficial que, coincidencias de la vida, llevaba a bordo un período de tiempo similar. 

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En la Revista de Sanidad Militar de enero-marzo de 2024 hemos leído:

Centrándonos en la Armada y analizando los riesgos psicosociales que dicho personal padece, es imposible no hacer referencia al término coloquial de «mamparitis», el cual volvió a estar en auge por el confinamiento durante la pandemia por covid-19. Tradicionalmente, dicho vocablo hace referencia a los síntomas que el personal embarcado puede padecer durante navegaciones largas. En concreto, este concepto recoge el estado de ánimo que surge como resultado de tener que trabajar, vivir y convivir en un espacio muy reducido durante un tiempo prolongado. Además, puede verse empeorado por la presencia de riesgos sociales que pueden darse en los buques de la Armada, como el confinamiento y aislamiento no voluntario, la rutina excesiva, la duración de la navegación, los problemas familiares, las averías a bordo y/o la convivencia intensa.”

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En el ensayo Aspectos psicológicos del personal embarcado en un buque de guerra, por el Capitán psicólogo Jaime Mas Esquerdo, publicado en 2012 , hemos leído:

EL SÍNDROME DE LA «MAMPARITIS»

Todo marino que se precie no puede dejar de conocer este síndrome, aunque no sea capaz de explicarlo. No es de extrañar puesto que no parece existir ningún estudio serio fundado en este nombre. Parece que conocemos más de él por haberlo sufrido que por haberlo estudiado. Sin embargo, siguiendo la espléndida tesis de Rodríguez-Martos, intentaremos dar una definición: Especie de síndrome del navegante, no definido muy bien por los científicos, que consistente en una reacción desadaptativa que surge en el individuo que permanece embarcado durante muchos días entre mamparos, de ahí su nombre (Rodríguez-Martos, 2006). Mamparo es el nombre que reciben los tabiques internos de separación de las cá-maras y camarotes de un buque. Según este autor se corresponde con el término inglés tankeritis, síndrome que se da especialmente en los petroleros (tankers) que hacen travesías muy largas en condiciones de aislamiento. Se caracteriza por un estado de nerviosismo e irritabilidad que va en aumento y que suele ir acompañado de conductas extrañas de deambulación, hablar solo, risas inmotivadas y, en ocasiones, explosiones de agresividad ante estímulos o frustraciones nimias. Aunque se han descrito casos de comportamientos peligrosos, en general, este estado no requiere tratamiento ni impide la actividad normal del individuo, desapareciendo instantáneamente al llegar a puerto.”

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