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“Alguien debería convencer a Luis Jar para publicar sus crónicas en un libro. La cultura marítima, la cultura española en general, necesitan de los brillantes trabajos de Luis Jar Torre.”

Los Ingenieros militares en Santander [Memorial de Ingenieros]


«LOS INGENIEROS MILITARES EN SANTANDER"

 

 Preparado estaba el primer regimiento [de Zapadores Minadores (Logroño)] para ser revistado el día 4 del actual [noviembre de 1893] por el Excmo. Sr. Comandante en Jefe del 6." Cuerpo de Ejército, cuando fué llamado el Ayudante de servicio para recibir órdenes. 

A las ocho de la mañana volvía con la de que el primer batallón marchase á Santander en el tren de las diez y cincuenta minutos de la mañana, para cuyo fin saldría del cuartel á las diez en punto; y en efecto, cuando entraba en agujas el tren á que había de unirse el formado por los expedicionarios militares, ya estaba embarcado el batallón con todo el material.

Formaban la expedición:

Coronel, teniente coronel, D. Francisco Arias Kalbermatten.—Comandante, D. Pablo Parellada Molas.—Capitán ayudante, D. Fernando Tuero.—Abanderado, primer teniente, D, Florencio de la Fuente.—Médico primero, D. Ramón Cilla.

1.ª compañía. Capitán, D. Juan Olavide.— Primer teniente, D. Julio Soto. —Primer teniente, D. Víctor Royo.— 66 individuos de tropa.

2.ª compañía. Capitán, D. Vicente Viñarta.—Primer teniente, D. Pedro Blanco y Marroquín.—Primer teniente, D. Franco Pando-Arguelles.—65 individuos de tropa.

3.ª compañía. Capitán accidental, primer teniente, D. Pablo Padilla.— Primer teniente, D. Félix Medinayeitia.— 64 individuos de tropa.

4.ª compañía. Capitán accidental, primer teniente, D. Antonio Cué.—67 individuos de tropa.

 

 Salió el tren á la hora marcada, y nosotros con la angustia del que quiere llegar pronto y ve por delante las muchas horas que han de pasar para conseguirlo, pues al dársenos la orden de marcha se nos manifestó que obedecía á la catástrofe producida por una formidable explosión de dinamita, origen de un incendio colosal que consumía toda la población, y causa que había producido infinidad de víctimas, entre ellas todas las autoridades; que el batallón de infantería de Burgos que guarnece aquella plaza había quedado en cuadro, y por último, y como síntesis, que la ciudad, huérfana de toda autoridad y con el terror tan justificado de sus habitantes, necesitaba con urgencia de todos los auxilios morales y materiales que restablecieran la tranquilidad y atajaran los voraces estragos del incendio.

 Bajo tan tristes impresiones, júzguese de nuestra ansiedad por conocer en las estaciones del tránsito toda clase de noticias referentes á la catástrofe. 

Mas eran tan distintas las versiones, aun cuando todas estaban acordes en lo horrible del desastre, que lejos de tranquilizarnos aumentaban la duda en nuestro ánimo.

Conocedores de la actividad y arrojo de nuestro ilustrado compañero el teniente coronel D. Ramiro de Bruna, que en análogas circunstancias había asumido en Santander la dirección de los trabajos de extinción de imponentes incendios, nos preocupaba cuál fuera su suerte en tan horrendo siniestro. 

Ni aun en las estaciones más próximas á Santander nos dieron noticias exactas; pudimos ver en la de Bóo muchos cristales rotos, que según manifestaron los empleados, lo fueron por la fuerte sacudida de la explosión, que se sintió aún á mayores distancias.

Solamente al llegar á Santander á las siete de la mañana del día 6, supimos la verdad de lo ocurrido, al tener la satisfacción de abrazar á nuestro querido compañero el teniente coronel Bruna y oír de sus labios una breve relación de los hechos, de la que se deducía que había librado milagrosamente de la muerte por la circunstancia de encontrarse en los trabajos del nuevo cuartel en construcción, al que, como es sabido, dedica sus constantes desvelos.

 Al desembarcar en Santander principiamos á apreciar los efectos de la explosión; no había ni en la cubierta del andén, ni en puertas ni ventanas un cristal entero. 

Muchas de ellas estaban desquiciadas, otras, arrancadas y rotas, por los suelos. 

En las calles del tránsito, hasta el cuartel de San Felipe, se veían viguetas de hierro, de sección doble T, de 8 á 10 metros de longitud y 25 centímetros de altura, que constituían parte de la carga del vapor Cabo de Machichaco, completamente retorcidas con deformaciones en todos sentidos. 

Todas las calles estaban llenas de cristales y restos de tabiques, ventanas, chimeneas, etc.

Indudablemente lo ocurrido excedía á cuanto puede imaginarse, y sólo presenciando el acto de la catástrofe puede formarse idea de su magnitud, de su aterradora violencia y horribles consecuencias.

 Llegamos al cuartel de San Felipe para dejar en él los correajes y armamento, y en vista de que el teniente coronel Bruna manifestó la urgencia de nuestros servicios para extinguir los cuatro importantes focos de fuego que existían y para demoler altos muros de fachada y medianiles, que constituían un peligro y una dificultad para los trabajos de extinción, dispuso el teniente coronel Arias que, tras un brevísimo descanso necesario para que la tropa se alimentara, se diera principio á los trabajos; y en su consecuencia, comenzaron éstos á las nueve de la mañana con las compañías 1.ª y 2.ª, quedando en reserva las 3.ª y 4.ª para acudir donde fuera preciso, aunque con ello se abandonaran las necesidades del alojamiento.

Cambiado el traje de marcha por el de trabajo, y repartidos los útiles, fueron las compañías citadas al lugar del incendio, que era el ensanche de la población, al Sur de la misma, frente al muelle de Maliaño, donde atracó el vapor Cabo de Machichaco.

 Gran pena causaba ver los destrozos del incendio. De aquellas manzanas de casas recientemente construidas sólo quedaban en pie los muros de fachada y medianiles, y al penetrar con dificultad en aquellas escombreras ardientes, entre un humo denso y pestilente, se advertían y apreciaban los peligros que amenazaron á la población si el viento Sur hubiera avivado aquellos enormes braseros, en que se consumían entramados de pisos, cubiertas, muebles, todo lo que había en las habitaciones, mezclado con los géneros de los almacenes, pues nada se salvó ni de unas ni de otros.

En vista de esto, se procedió con toda actividad, por la fuerza de ambas compañías, á excepción de una sección, al derribo de los muros, que se hizo por medio de cuerdas y no empleando la dinamita, por razones fáciles de comprender.

Esta operación se ejecutó con rapidez y éxito, no obstante la dificultad que presentaba la altura de los muros, de 18 á 20 metros, su quebrantamiento en algunas partes á causa de la explosión y del fuego, y los escasos elementos con que contábamos para amarrar las cuerdas á alturas grandes, como era preciso. 

Se utilizaron con ese objeto dos escaleras de salvamento, propiedad del Municipio.

Como hemos dicho, se destacó una sección para extinguir el incendio del almacén de tabacos de la Compañía Arrendataria, en unión de los bomberos de Bilbao.

 En esta forma continuó el trabajo, dando un pequeño descanso al medio día, y terminándolo para dirigirse al alojamiento, operación que no pudo conseguirse hasta las diez de la noche, en atención á las dificultades que se presentaron por carencia de edificios del ramo de Guerra, pues los que hay, ó están totalmente ocupados por la guarnición, ó en estado ruinoso y con malas condiciones. 

Por otro lado, la situación del vecindario impedía el alojamiento de las compañías en las casas particulares; pero el Ayuntamiento con su buen deseo venció todos los obstáculos y proporcionó á las compañías un alojamiento en los Hoteles del Sardinero, con ventajas y comodidades que exceden á toda ponderación, facilitando al propio tiempo, y durante toda nuestra estancia, tranvías que conducían la tropa en las horas necesarias.

En los días sucesivos, las compañías se dedicaron á los trabajos ya mencionados, y á los de extracción de maderas y materias combustibles, pues era de todo punto necesario evitar que si el viento Sur saltase con la violencia que frecuentemente se siente en Santander, estando los focos al Sur de la población y en gran actividad con tanta substancia combustible, se propagara al resto de ella, pues entonces es incalculable el daño y peligro que se corría.

Daño y peligro que á toda costa y sin descanso había que evitar, y que felizmente se consiguió con el constante trabajo y con los elementos de Bilbao, San Sebastián y pueblos de los alrededores, y el escaso material que quedó en Santander después de la explosión; contribuyendo también á este resultado la fuerza del regimiento de Burgos, cuyos jefes, de acuerdo con el Comandante militar, coronel Sr. Morales, la pusieron incondicionalmente á las órdenes del teniente coronel señor Bruna.

La circunstancia de estar la vía férrea paralelamente á las manzanas de casas destruidas y á muy corta distancia de ellas, facilitó mucho el trabajo, pues la compañía de ferrocarriles del Norte colocó ténders con que se alimentaron algunas bombas, y otras, como las de Bilbao, lo hacían directamente de la bahía, con máquinas de vapor.

Estos trabajos, en los que nuestra fuerza estaba siempre entre fuego y escombros, manejando piezas de madera y de hierro de grandes dimensiones, y muchas veces rodeada de humo y vapor que impedía ver dónde se pisaba, fueron causa de inevitables lesiones en ocho individuos, dos de ellas de alguna gravedad.

El temor de propagación del incendio, si saltaba el viento Sur, aumentaba durante las noches, y esto obligó á que durante ellas permaneciese de guardia una compañía con sus oficiales, que, en continua y penosa vigilancia, observaba todos los focos y estaba preparada con los bomberos para acudir inmediatamente donde fuera necesario; previsión acertada, pues una noche fueron utilísimos sus servicios trabajando durante varias horas y extinguiendo por fin un incendio que se presentó amenazador en una casa de la población, cerca del barrio destruido.

 En la tarde del día 8 se principió la extracción de dinamita que aún quedaba en la popa del vapor Cabo de Machichaco.

Fuera ocioso detenerse á relatar los temores que hubo de una nueva explosión; de ello se ha ocupado toda la prensa, y con evidente injusticia se ha tratado de mortificar á la población, atribuyéndola flaqueza de ánimo, abandono de heridos y enfermos y desatención de ineludibles deberes. 

Hubo pánico, es cierto, pero pánico muy justificado, pues no se borra en dos días, sino que será perdurable, el triste recuerdo de la catástrofe del día 3; y es muy natural que un pueblo que aún tiene á la vista los estragos de aquella explosión, se prevenga y tema los de una nueva y fácilmente posible, sin que sus prevenciones, y sus temores sean censurables, pues no impidieron ni entorpecieron el cumplimiento de sagradas atenciones.

La extracción de la dinamita se imponía á la mayor brevedad posible; así opinaba toda la oficialidad del batallón, á la cual no se le ocultó que cuanto mayor fuera el tiempo que la dinamita estuviera en el barco, mayores serían los peligros que su extracción habría de presentar; pues indudablemente la separación de la nitroglicerina de la substancia inerte sería mayor cuanto más tiempo estuvieran las cajas sumergidas. 

La fuerza trabajó dicha tarde en la extinción del fuego y demoliciones de la calle de Méndez-Núñez y de la Audiencia, sitio este último muy importante por estar casi en contacto de grandes almacenes de maderas. 

Se hicieron las prevenciones oportunas para librarse en lo posible de los efectos de la explosión, dado caso que ésta tuviera lugar.

Felizmente nada ocurrió; el resultado de la extracción correspondió á la inteligencia y cuidado con que se hizo, bajo la acertada dirección del personal de la fábrica de Galdácano.

Tales son los trabajos llevados á cabo por el batallón, durante su estancia en Santander; y si grande era la complacencia con que el público los presenciaba, mayor era sin duda alguna la que sentían los jefes y oficiales al ver la buena voluntad y arrojo de los soldados en los trabajos, á pesar del frío y de la molesta lluvia que en tres días no cesó, calándoles sus ropas interiores, lo cual no era bastante para hacer decaer su espíritu, siempre animoso.

La plana mayor ha visto con el mayor agrado, que, gracias al celo y acertada dirección de toda la oficialidad, no ha habido en trabajos tan peligrosos más lesiones que las inevitables, ya citadas.

En la tarde del sábado, día 11, terminaron los trabajos de nuestras compañías; desapareció todo peligro de derrumbamiento y propagación de incendio, pues se vio que en las noches de los días 9 y 10, no obstante el fuerte viento Sur que reinó, ni se reavivaron los focos de los escombros, ni prendieron otros nuevos.

 Tenemos un legítimo orgullo al expresar que si Santander no lamenta hoy mayor catástrofe aún que la sufrida, fué debido á la acertada medida de sus Autoridades, que por unánime acuerdo encomendaron la absoluta dirección de los trabajos de extinción de incendios á nuestro compañero el teniente coronel Sr. Bruna

Con escasísimos elementos y en aquellos angustiosos momentos de terror, tuvo que combatir el incendio de 23 casas y del almacén de tabacos, y gracias á su infatigable actividad, á su desprecio del peligro y á verse secundado eficazmente por el distinguido capitán de Estado Mayor D. Luis Torres, y con algunos elementos de los pueblos inmediatos, pudo esperar los socorros de Bilbao y San Sebastián, después de localizar el fuego. 

Con estos socorros se facilitó mucho su tarea, por la pericia y arrojo de los bomberos y medios con que acudieron, que se utilizaron con el mayor éxito.

Simultáneamente con estos trabajos, tuvo que hacer la primera noche los muy dolorosos de recoger heridos, cadáveres mutilados, restos humanos esparcidos por los muelles y calles próximas al lugar del siniestro, en cuya cristiana tarea se distinguieron la oficialidad y tropa del regimiento de Burgos, que lamentaba y lamenta la pérdida de su querido y digno coronel señor Sánz, víctima de la explosión.

El Ayuntamiento,, que diariamente obsequió á la tropa en el descanso del medio día con chorizos, pan y vino, entregó poco antes de salir de Santander, 2,50 pesetas por plaza; la Diputación hizo un donativo de 600 pesetas; el Círculo de Santander regaló á cada individuo un paquete de cigarros puros; D. Alonso Fernández Baladrón obsequió á la oficialidad con cigarros habanos, y con 300 cigarros puros á la tropa.

El pueblo demostró su agradecimiento con regalos á los soldados, los cuales durante su estancia fueron cariñosamente tratados por los dueños de los Hoteles del Sardinero en que se alojaron, y por el propietario y empleados del tranvía; y al embarcarse en el tren el batallón, fué objeto de las más expresivas y sinceras manifestaciones de cariño de toda la población, que con sus Autoridades al frente, así como las militares y la oficialidad de la guarnición nos despidieron vitoreando al batallón, al Cuerpo y al ejército. 

A tan entusiastas manifestaciones correspondía el batallón con vivas á Santander, por cuya prosperidad y alivio á sus desgracias hacemos los votos más fervientes.

Debe quedar consignado aquí un hecho digno del mayor aplauso: la circunstancia de haber recibido los donativos en metálico á última hora impidió, no sólo hacer su distribución, sino dar conocimiento de su importancia á la tropa. 

Apenas lo supieron los soldados, decidieron contribuir al alivio de las desgracias, ascendiendo el importe total de su donativo á 812 pesetas, que fueron remitidas á Santander. El Alcalde tuvo á bien contestar, manifestando su agradecimiento en frases muy lisonjeras para el Cuerpo en general y para los donantes en particular.

  Terminaré manifestando que la opinión de cuantos han tomado parte en la expedición á Santander es la de que, si grande fué nuestra buena voluntad y esfuerzo para aminorar las desgracias de sus habitantes, las manifestaciones de cariño que nos tributaron y las felicitaciones recibidas superan en mucho á nuestro merecimiento. En el primer regimiento se conservarán siempre con estimación especialísima las laudatorias comunicaciones recibidas del Ayuntamiento y Diputación de Santander, y las felicitaciones de los Excmos. señores Ministro de la Guerra y Comandante en Jefe del 6.° Cuerpo de Ejército, y en el lugar preferente que por su altísima significación le corresponde, la que se ha dignado enviar S. M. la Reina Regente, por conducto de su ayudante, el coronel de Ingenieros D. Estanislao Urquiza.»

UN EXPEDICIONARIO.

Logroño, 28 de noviembre de 1893.»

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 Durante la Regencia de Dña. María Cristina de Habsburgo, y según el documento “Estado del Cuerpo de Ingenieros del Ejército” del año 1893, el oficial de Ingenieros D. Pablo Parellada Molas  tenía anotado: como Número en su escala: el 1; Empleo en el Cuerpo: Capitán, en la Península, con efectividad del 20-may-1880; Empleo en el Ejército: Comandante, con antigüedad del 29/5/1887; Destino: Primer Regimiento de Zapadores Minadores (Logroño), Primer Batallón, Plana Mayor, Cte. Ayudante.

Por sus artículos y dibujos en prensa, actividad iniciada en 1883, D. Pablo Parellada era popularmente conocido como “Melitón González”. En 1892 inició su colaboración con la revista Blanco y Negro; más tarde, en 1895, estrenó su primera obra de teatro cómico: "Los Asistentes".

 El viernes 3 de noviembre de 1893 ardió en el puerto de Santander y posteriormente explosionó el vapor Cabo Machichaco, cargado con dinamita. La catástrofe devastó la ciudad y causó una gran mortandad; fue la mayor tragedia de carácter civil ocurrida en la España del siglo XIX.

Pocos días después se inició la llamada «Guerra de Margallo» o Primera Guerra del Rif.

La revista quincenal Memorial de Ingenieros del Ejército, en su NUM. XI. NOVIEMBRE DE 1893, dio testimonio de los jefes, oficiales y soldados del Cuerpo de Ingenieros que, desde el día 4 hasta el 11 de ese mes de noviembre, consagraron todas las aptitudes de su inteligencia y todas las energías de sus fuerzas á aliviar las desdichas inenarrables ocasionadas en Santander por la voladura del vapor Cabo de Machichaco

Entre ellos, el Primer Batallón del Primer Regimiento de Zapadores Minadores, de guarnición en el Acuartelamiento "General Urrutia" de Logroño

El comandante de Ingenieros don Pablo Parellada firmó el artículo como Un Expedicionario.

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